sábado, 14 de noviembre de 2009

La venganza correcta... ¿por encima de la ley?

En el primer libro de la saga Millennium, “Los hombres que no amaban a las mujeres”, Steig Larsson nos presenta un conflicto moral interesante en un momento dado. Uno de los personajes principales, Lisbeth Salander, se ve forzada sexualmente por su tutor legal y, como venganza, la joven se las arregla para, tiempo después, maniatar a su agresor en una cama, reducirle y tatuarle en el pecho las palabras “Soy un sádico cerdo, un hijo de puta y un violador”, además de torturarle físicamente de diferentes maneras.

El dilema aparece cuando analizamos, desde el punto de vista de la legalidad, la reacción de Salander. Obviamente la joven protagonista no presenta un cuadro psicológico normal. Es una persona extremadamente desconfiada y no quiere incluir en su vida los medios de protección habituales para toda la sociedad, como la policía. Después de la primera violación, Lisbeth tiene la posibilidad de acudir a la policía con pruebas palpables de que ha sido vejada, pero por el contrario prefiere reprimirse y buscar ella misma una solución al problema. Es tanto el odio que siente la víctima hacia su agresor (normal, por otra parte), que no quiere simplemente liberarse del acoso, sino que quiere ver sufrir al violador. Es por eso que, finalmente, Lisbeth Salander decide tomar la ley por su cuenta e imponer ella misma un castigo al tutor.

Desde mi punto de vista la protagonista actúa, como en otras ocasiones, de forma incorrecta. Sí es cierto que ella ha sufrido una de las peores situaciones a las que se puede someter a una mujer, pero para casos como este la sociedad está estructurada en leyes y sistemas de defensa individuales a los que acudir. Salander opta por saltarse este paso, seguramente imaginando que la posición social de cada uno de los implicados evitaría un castigo para el violador. De todas formas, su modo de actuación podría acarrearle serios problemas en el futuro. La protagonista tiene la gran suerte de que la jugada le sale bien, pero si llega a cometer el más mínimo fallo, o si las cosas no llegan a salir como había planeado, todo podría haberse girado en su contra.

En definitiva, en la historia queda claro que lo que busca Salander es la satisfacción personal de saberse responsable de los males del violador, y no tener la sensación de que es “otro” quien le ha inflingido el castigo. De todas formas, las personas no pueden actuar así y deben ceñirse más a la ley, ya que si todo el mundo tomara la ley por su mano en asuntos como este, el mundo sería un caos. ¿Quién pone el límite entonces? ¿Por qué simplemente tatuarlo y no matarlo? ¿Depende de la rabia que sientas en el momento de actuar o debes tener el castigo premeditado? Seguramente infinidad de mujeres no habrían reaccionado como Lisbeth Salander y, en caso de aplicar ellas mismas el castigo que consideraran oportuno, éste no consistiría en un vergonzante tatuaje en el pecho. Por eso existe la ley, para homogeneizar los castigos y aplicarlos correctamente.


Jaume Cifre.

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